Las piezas denominadas bailables han supuesto un factor importantísimo para la supervivencia de la Dulzaina en los salones de baile rurales y capitalinos.
La dulzaina, desde principios del siglo XX, momento en el que empezó su declive, tuvo que ampliar el repertorio musical a otros ritmos más actuales que los que venía interpretando. Tuvo que, sin dejar de lado la música tradicional, abrirse a la música que en esos momentos se adaptaba mejor a este instrumento.
No fue una necesidad impuesta por los músicos de dulzaina, como cambio a la música folclórica que se interpretaba desde siempre. Fue una necesidad de cambio impuesta por el pueblo, o sea por la gente que bailaba al son de estos instrumentos, quien eligió divertirse con otros ritmos más actuales y de la forma en que lo hacían en los locales para baile de las capitales. Así, a los dulzaineros no les quedó otro remedio que ampliar su repertorio a los gustos de la gente e incluir en sus actuaciones ritmos como: chotis, valses, tangos, mazurcas, boleros, pericones, pasodobles y un largo etcétera de canciones que denominara Agapito Marazuela música frívola y exótica, pero que sin embargo han enriquecido de una manera importantísima el amplio abanico de ritmos que pueden interpretarse con estos instrumentos, demostrando al mismo tiempo su capacidad de adaptación a ritmos y músicas diferentes y que, de no haberlo hecho así, hoy en día estaríamos perdiéndonos el riquísimo repertorio que tiene la dulzaina en el ámbito de los bailables.
Los músicos que intervenían en los actos de baile eran: un dulzainero, algunas veces dos, interpretando, uno la voz alta, y el otro la baja, y un tamborilero que, sentado en una silla, acompañaba a estos además de con el tamboril, con un bombo de grandes dimensiones y un platillo.